Existen dos Españas. Así lo dibujó Goya en el expresivo
“Duelo a Garrotazos” (1.819 – 1.823) dentro de sus trágicas y duras Pinturas
Negras. Una riña a bastonazos entre dos villanos en un paraje desolado y
enterrados hasta la rodilla. La oscura imagen
evoca, y así ha sido interpretada desde su creación, la lucha fratricida entre
los españoles. Entre las dos Españas. En nuestro ADN está el gen que nos incita
a polarizarnos en dos.
En época del lienzo de Goya, la lucha la
encontramos entre los liberales y los absolutistas. Concretamente era el
período del Trienio Liberal y el ajusticiamiento por parte de Fernando VII a
Riego (que se alzó en Las Cabezas de San Juan,
el 1 enero de 1820 para obligar a que el rey jurara la Constitución de
Cádiz de 1812).
Esta lucha entre las dos Españas se prolongó
durante todo el siglo XIX pero ya entre progresistas y moderados. Luego entre
republicanos y monárquicos para acabar dicho antagonismo en su máxima expresión
con la Guerra Civil española (que como ya he dicho en otras entradas,
concretamente en la que analizaba La Diada, no ha sido la primera guerra civil
entre españoles).
Tras casi cuarenta años de letargo y sumisión
impuestos por la dictadura, tras la muerte de Franco comienza un período de
aparente confraternización entre los españoles, en la que se tenía la sensación
de que con el consenso de todos se podría conseguir casi cualquier cosa. Era llamada
Transición. En aquella etapa hubo un español, Suarez, que creyó que sus
compatriotas podían vivir en paz todos juntos. Al poco tiempo, la magnitud de
su proyecto, dirigido en la sombra por el Rey (en el que, según algunos
autores, Adolfo Suárez tan solo fue escogido por su condición de manipulable),
se derrumbó por completo. Las presiones fueron muchas y algunos militares no
acababan de comprender eso de la democracia.
Después del paréntesis de Calvo Sotelo llegó al
poder, con toda lógica histórica pendular, Felipe González. Arrastró una mayoría absoluta socialista. Los
que votaban por esas fechas tenían esa mayoritaria necesidad. Fueron trece años
y medio en donde se empezó a cambiar todo, para bien y para mal. En aquella
época ya Alfonso Guerra anunciaba, con certeras dotes adivinatorias, que a España no la iba a conocer ni la madre
que la parió. Era más chulo que un ocho. Y lo sigue siendo. España se lavó la
cara y se modernizó. Entró en Europa, en la OTAN aunque en principio no quería ni
el propio González. Hubo reconversión de los Astilleros, cierres de minas en
Asturias, se expropió a Rumasa con una sentencia muy discutida, se cambiaron
las formas de elección de los vocales del Poder Judicial que pasaban a depender
de los dedos señaladores de los políticos,
se crearon los GAL, engañaron como un bobo al juez Garzón y se
institucionalizó la corrupción política.
Pero, a
pesar de estos problemas, muchos de los cuales continúan hoy en día, muchos miraban
al futuro con ciertas dosis de ilusión e inocencia. La democracia era todavía
impúber. Otros se pasaron al bando de la desilusión del sistema.
Tras el desgaste de González y su bodeguilla llegó
la sobriedad y el bigote de Aznar. Con él se privatizaron muchas empresas
públicas, se liberalizó la construcción del suelo con la consiguiente burbuja
inmobiliaria y no se hizo nada por cambiar las reglas de elección de los
jueces. Parecía que a los voraces políticos les venía bien eso de elegir a qué
jueces se les duplicaba el sueldo. Así no se atreverían a morder la mano del
amo. Pasaron dócilmente por el atractivo aro del coche oficial y chófer genuflexo.
Lástima de mayoría absoluta del PP malograda. Eso sí, las vacaciones, como el
cultivador de bonsáis, también a Doñana.
En esos días, concretamente tras la desgracia del Prestige y la foto de las Azores que
conllevó a nuestras tropas a Irak en busca de las supuestas armas de
destrucción masiva, se empezó a vislumbrar una incipiente polarización, una vez
más, de los españoles. Los primeros en salir fueron los cineastas con sus
gritos de “no a la guerra”.
Pero hete que llegó Zp, y todo empezó a
disparatarse en nuestra españolísima afición conflictiva. La ley de Memoria
Histórica fue la primera que levantó ampollas en ambos lados. Para unos
innecesaria y para otros insuficiente. Nadie
conforme. Otras leyes que no ayudaron a apaciguar la situación fueron la
ley del aborto, en la que las adolescentes podían interrumpir el embarazo sin
consentimiento de los padres y que indignó a la parte más conservadora de la
sociedad; la nueva ley de educación con la controvertida asignatura de
Educación para la Ciudadanía; la derogación del trasvase del Ebro con el cabreo
de una región sobre otra; el matrimonio
homosexual tachado por el Vaticano como aberrante; y otras más que llevaron al
país a bipolarizarse, pero, esta vez, sin posibilidad de tratarse con el litio de la
transición.
Zapatero suspiró cuando le traspasó al “dicharachero”
Rajoy la mochila de la crisis inmobiliaria y financiera y luego social. Ya era hora de contar nubes
que era lo que siempre quiso. Y Rajoy ufano lo agradeció. Todo hacía parecer que un PP con mayoría absoluta era
lo que este país necesitaba para salir de la crisis.
En la actualidad, tras múltiples leyes de lo más
variopintas, como diría Julio Iglesias, la vida sigue igual. La bipolarización
continúa idéntica o peor que antes. Algo, no todo, se ha modificado en cuanto a
la elección de los jueces, pero poco más. El país está, prácticamente, igual de
dividido. A los de izquierdas se les
indigestan los de derechas y estos últimos ven a los otros como diablos con
cuernos. Los seguidores del Barcelona odian a los del Real Madrid y viceversa,
y no solo por motivos deportivos. Los catalanes, vascos y gallegos cada vez
quieren menos estar con el resto de españoles. La muerte de la diversidad también
la encontramos en los medios de comunicación. Los que leen El Mundo critican a los que leen El
País. Las cadenas de televisión contribuyen en gran medida a nuestros
pensamientos cada vez más limitados y nuestra falta de criterio. Ya solo
existen dos grupos, Antena 3 o Tele 5. De hecho existe un duopolio entre las
cadenas de Berlusconi y de Lara sin que nadie se sonroje. El pastel es suyo. En
ningún otro país existe semejante barbarie intelectual, ni en la Italia de
Berlusconi. Pero esta bipolarización fue debido, entre otros, a que cierto
ministro de Aznar, un tal Rajoy, no sé si os suena, permitió en un negocio incomprensible
que el Grupo Planeta del señor Lara se quedara con Antena 3. Y ahí empezó todo.
Luego vino Zapatero y concedió la Sexta a sus amigos.
Las pequeñas cadenas de televisión que podían dar
cierta frescura intelectual y libertad a la parrilla televisiva han ido sucumbiendo ante la imposibilidad de
hacer frente a los dos hambrientos dinosaurios. Las que aún existen tienen
cuotas de share (espectadores) tan insignificantes que no cuentan. Consecuencia
de todo esto es que aquí todo el mundo piensa en blanco o negro para placer de
nuestros políticos y “grandes” empresarios. Nos inculcan el miedo y el odio
hacia lo ajeno para poder controlar nuestras acciones. Con la justificación de la
desconfianza a lo que vendrá aceptamos regates a nuestros derechos y goles a
nuestras nóminas y pensiones. Nos quieren inducir tal pánico que muchos ven con
buenos ojos las medidas protectoras del bienintencionado gobierno que nos
recortan hasta la respiración. Nos fusilan nuestra vida laboral con aumento de
la edad de jubilación, nos apuñalan con el factor de sostenibilidad y muchos
piensan que es por nuestro bien. Nadie se mueve del sofá.
Pero lo que
no saben, es que entre los dominantes blanco y negro existe una hervidero de
color ceniza. La marcha gris de la disidencia es cada vez
mayor. La disconformidad y hartazgo con la dualidad establecida está en
la calle, se palpa día a día. Un ejemplo lo vimos el otro día, ya no solo se interrumpen
las conferencias del PP, ahora también las
del PSOE. Y por más morralla intelectual y basura política que nos quieran encajar
por ambos lados, siempre habrá algunos hombres libres que los cuestionen, que
alcen sus voces para combatir tanta ignominia y degradación política y tanta
iniquidad empresarial. Y no me refiero a los intelectuales, pues, salvo honrosas
y exiguas excepciones, están ausentes, callados o politizados. Hablo de los que
tienen el poder real. La gente de la calle. Todavía existe gente que quiere que
esto prospere.
A eso me acojo.
copyright de la imagen http://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/duelo-a-garrotazos/
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