(Proviene de dos entradas anteriores)
La familia en el patriarcado.
Siempre se ha considerado a la familia tradicional como un núcleo en
nuestra sociedad. Tampoco se puede negar que así sea en parte de nuestra actual
sociedad. No lo negamos. Se ha sostenido que la familia compuesta por padre,
madre e hijos son responsables del bienestar social y emocional de sus
miembros.
Estas familias están compuestas y se basan en las ideas que la Iglesia y
patriarcado han considerado como permisibles. Pero ahora existen otros tipos de
familias, no contempladas por la Iglesia y que son vilipendiadas por los
seguidores del patriarcado, que también funcionan estupendamente. Algunas, me
consta, mucho mejor que las tradicionales.
Ojo, no cuestiono que las familias tradicionales sean beneficiosas para sus
miembros, tan solo digo que por esa regla de tres no se puede negar las bondades
de los otros tipos de familias.
Tradicionalmente, el cabeza de familia, el hombre, por supuesto, era el que
salía de casa y conseguía los bienes económicos y materiales para el
sostenimiento de su familia. La parte femenina de la familia se quedaba en casa
cuidando de la prole y su trabajo no era equiparable económicamente al del
marido. Esta parte no era reconocida, no tenía derechos ya que su actividad no
se evaluaba económicamente. Todo esto poco a poco, y no en todas las familias, ha
ido cambiando para disgusto del patriarcado y de parte de la Iglesia católica,
sobre todo en sus grupos más conservadores (Opus Dei, Legionarios de Cristo,
etc). Grupos religiosos en los que están muchos ministros del actual gobierno y
que influyen notablemente en sus acciones.
Y esa acción tranquila que va haciendo que todo esto vaya cambiando, con la
incorporación de la mujer al mundo laboral, con su capacidad de control de la
maternidad con la aparición de los anticonceptivos, los derechos igualitarios
con los hombres, etc. es lo que no quieren los miembros del patriarcado que
vayan a más.
Pero para que todo siga igual respecto a la familia tradicional es crucial
mantener intacto el modelo socio económico de siempre. Y en este contexto el
rol de la mujer lleva siglos definido, considerando su cuerpo como un medio
para perpetuar la familia tradicional, para que de esta forma el patriarcado pueda
continuar con su dominación y conseguir sus objetivos. Esa capacidad de
concebir que tienen las mujeres y el yugo a las que son sometidas por la
estructura del patriarcado, son herramientas utilizadas por esta red para
controlar quién, cómo y cuándo conciben las mujeres.
El fundamento de la red patriarcal es la reproducción de los individuos para que puedan continuar estando sometidos
por sus reglas que, a su vez, se fundamentan en el modelo tradicional de
familia. Y todo esto para seguir reproduciendo hasta la eternidad un modelo
basado en la desigualdad en el que las “mujeres incapaces”, como si nunca
hubieran dejado de ser niñas pequeñas que necesitan de las enseñanzas de los
hombres y de sus decisiones para actuar
correctamente. Las mujeres, según el patriarcado, son seres inferiores que
deben someterse para su bien a sus benefactores. Y es por ello que el aborto,
al ir en esencia contra de todo lo que predica el patriarcado, se vislumbra
como un crimen. Una afrenta que se ven en la obligación de combatir.
Todo esto no debería hacer meditar sobre qué clase de sociedad queremos
para nuestros hijos e hijas, en general, y como queremos ver, en concreto, a
nuestras hijas en el futuro, bien como seres indolentes que necesitan de un
tutor masculino para decidir sobre sus propios cuerpos y vidas, o, por el
contrario, como seres autosuficientes y con control sobre sus propias decisiones.
Seres que no necesiten de nadie para ser, para vivir, y para decidir. Seres, en
definitiva, con plenos derechos y con capacidad para actuar conforme a los que
ellas quieran.
Y esto se empieza a conseguir, entre otras cosas, dejándoles intacto su
derecho a decidir sobre el aborto.
Veremos después de las elecciones europeas.
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