viernes, 21 de febrero de 2014

El aborto y el patriarcado (y II)






(Viene de una entrada anterior)

Origen del control sobre la mujer

Según la religión católica la única relación sexual permitida es la que existe dentro del matrimonio. Relaciones entre hombre y  mujer y que tienen como finalidad la de engendrar hijos. Para  criarlos en el seno de la Iglesia, por supuesto.

Es por esto que de ese dogma se deriven prohibiciones tales como el divorcio, las relaciones extramatrimoniales (de novios o en adulterio), la homosexualidad, el uso de anticonceptivos, y el aborto. De hecho, en la más ortodoxia católica (hablo de esta religión porque es la que en nuestro país ha influenciado más en las leyes y en la sociedad, pero habría también que criticar en idéntico sentido a las otras monoteístas) cuando en el momento del nacimiento del hijo existen problemas y éste solo pudiera nacer con el sacrificio literal de la madre, la parte más conservadora de la iglesia entiende que debe prevalecer la salud del hijo sobre la madre. Es decir, se escoge al hijo antes que a la madre.

En el siglo XIX casi todas las leyes penales de los países occidentales estaban, de forma notable, influenciadas por la Iglesia, no solo la católica. Estos países incluían en sus preceptos las prohibiciones del aborto, la homosexualidad, el adulterio como si fueran cánones eclesiásticos. Esta influencia fue disminuyendo en toda Europa a medida que el siglo XX llegó a su mitad y a medida que los conocimientos del hombre y la ciencia se extendían. Los países más avanzados se iban haciendo cada vez más laicos en la redacción de sus códigos penales. Pero, claro , en España que no es un país avanzado ni en la actualidad, se vivió un período ultra católico con el régimen franquista, definido como nacional-catolicista, y dichas prohibiciones duraron hasta bien entrada la democracia.

De hecho, casi todos los legisladores de los países europeos han considerado que los dogmas religiosos, en especial el católico, no puede más que estar vigente y obligar a sus propios fieles y que por ello no pueden ser constitutivas de delitos, con la ayuda del Estado para sancionarlos, las vulneraciones de esos cánones. Consecuencia de esta corriente ha sido la práctica despenalización del aborto en casi todos los países europeos.

Así, los únicos países europeos donde el aborto sigue siendo delito de forma absoluta o relativa son Irlanda (con prohibición total), Polonia y España. Países donde, precisamente, la Iglesia Católica ha tenido y tiene un papel predominante en la vida social y legal.

¿Qué persigue el patriarcado?

Se podría contestar a la anterior pregunta con solo una palabra. Poder. Pero seamos un poco más concretos.

Según la periodista y escritora Nuria Varela cuando habla sobre la relación existente entre patriarcado y aborto manifiesta que “(…)La sociedad patriarcal, haciendo uso de todos los recursos a su alcance – desde las leyes, hasta las religiones; desde el control de los recursos económicos, hasta la violencia- nos ha negado a las mujeres nuestra propia sexualidad y el disfrute y el control de nuestro propio cuerpo, de sus capacidades y posibilidades.”

El patriarcado se basa en la tradición y en el constante poder que han tenido los hombres sobre las mujeres. Y su fin, por tanto, es que nada cambie. Que todo siga como hace años y así poder controlar los cuerpos de las féminas.

Pero es evidente que cuando se habla del aborto, cuando se cuestionan esos principios religiosos se están cuestionando las raíces  sobre las que se ha sostenido nuestra cultura y sociedad durante muchos siglos. Y eso no gusta a los que ostentan el poder.  

Porque hay algo que a los que intentan mantener perenne la estructura patriarcal se les escapa o no quieren saber. Algo innegable a todas luces. Tener un embarazo no es lo mismo que ser madre. Las mujeres que deciden interrumpir su embarazo, por las razones que sean, lo hacen después de recapacitar sobre el tema, a veces ese pensamiento les perdura toda la vida, después de tantear las distintas posibilidades, anhelos, capacidades. Y tras ese difícil proceso, llegan a la conclusión, también complicada, de que no pueden continuar con la gestación.

Para mayor complejidad y hacerlo más espinoso, la mayoría de los motivos por los que las mujeres deciden abortar no son decisiones estrictamente personales o internas. La mayoría de esas decisiones son circunstancias sociales, culturales o económicas. Bien por una violación, por un fallo en los anticonceptivos o falta de información sobre su uso o porque económicamente es inviable tener un hijo en esos momentos.

Y esto el patriarcado no lo puede admitir. Ellos sostienen que las circunstancias no pueden influir a la hora de decidir. Pero las circunstancias no solo influyen sino que a veces deciden por sí mismas. ¿Por qué no iban a tener, esas circunstancias, influencia de decisión en el tema del aborto y en otros temas sí? Imaginémoslo en un contexto de otro delito. Acaso no son importantes las circunstancias atenuantes o eximentes. Acaso es lo mismo saltarse un semáforo por conducir borracho que por llevar un herido a un hospital. El contexto en el que la mujer decide es parte del proceso para determinar si aborta o no y sea cual sea su decisión deberá ser respetada.

Por tanto, el derecho a decidir de la mujer se basa en un principio ético y político: el reconocimiento a la mujer como sujeto propio, con capacidad jurídica y moral plenas para emitir sus propios juicios y tomar sus decisiones. Todo esto unido con el derecho de las mujeres a su vida sexual en el que la maternidad no es más que una opción más debe enlazarse con otros derechos como el de la intimidad de la mujer, el de su seguridad, en su sentido amplio (social, económico, etc.) y en sentido más concreto (su propio cuerpo, física y psíquicamente) y con el derecho a su integridad.

Estos principios alejan a las mujeres de la concepción que de ellas tienen los que defienden, aun sin saberlo, el patriarcado. Ideas  como que las  mujeres son dependientes y  necesitan del amparo y la tutela de los hombres para ser personas y decidir se caen como un castillo de naipes cuando se las razona con un mínimo de lógica.

Pero es que a mayor abundamiento, el respeto a la decisión de una mujer de interrumpir su embarazo es una manifestación más del ejercicio de ese derecho que tiene sobre su cuerpo. Porque, ese derecho a abortar se perfecciona con su acción voluntaria. Es decir, como derecho que es, se ejercita o no, pero nunca se debe imponer. No se obliga a nadie. Y, a sensu contrario, si no se impone el ejercitarlo tampoco se puede imponer su prohibición.

Aunque existen progresos sobre el derecho de las mujeres,  todavía no está todo conseguido y es que, como se ejemplifica en Gallardón, el patriarcado es un rédito que aún da intereses. Y esos intereses no son más que poder para los hombres.

(Continuará y finalizará en una tercera entrada posterior)



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