(Viene de una entrada anterior)
Origen
del control sobre la mujer
Según la religión católica la única relación
sexual permitida es la que existe dentro del matrimonio. Relaciones entre hombre
y mujer y que tienen como finalidad la de
engendrar hijos. Para criarlos en el
seno de la Iglesia, por supuesto.
Es por esto que de ese dogma se deriven
prohibiciones tales como el divorcio, las relaciones extramatrimoniales (de
novios o en adulterio), la homosexualidad, el uso de anticonceptivos, y el
aborto. De hecho, en la más ortodoxia católica (hablo de esta religión porque es
la que en nuestro país ha influenciado más en las leyes y en la sociedad, pero
habría también que criticar en idéntico sentido a las otras monoteístas) cuando
en el momento del nacimiento del hijo existen problemas y éste solo pudiera
nacer con el sacrificio literal de la madre, la parte más conservadora de la
iglesia entiende que debe prevalecer la salud del hijo sobre la madre. Es
decir, se escoge al hijo antes que a la madre.
En el siglo XIX casi todas las leyes penales de
los países occidentales estaban, de forma notable, influenciadas por la
Iglesia, no solo la católica. Estos países incluían en sus preceptos las
prohibiciones del aborto, la homosexualidad, el adulterio como si fueran
cánones eclesiásticos. Esta influencia fue disminuyendo en toda Europa a medida
que el siglo XX llegó a su mitad y a medida que los conocimientos del hombre y
la ciencia se extendían. Los países más avanzados se iban haciendo cada vez más
laicos en la redacción de sus códigos penales. Pero, claro , en España que no
es un país avanzado ni en la actualidad, se vivió un período ultra católico con
el régimen franquista, definido como nacional-catolicista, y dichas
prohibiciones duraron hasta bien entrada la democracia.
De hecho, casi todos los legisladores de los
países europeos han considerado que los dogmas religiosos, en especial el
católico, no puede más que estar vigente y obligar a sus propios fieles y que
por ello no pueden ser constitutivas de delitos, con la ayuda del Estado para
sancionarlos, las vulneraciones de esos cánones. Consecuencia de esta corriente
ha sido la práctica despenalización del aborto en casi todos los países
europeos.
Así, los únicos países europeos donde el aborto
sigue siendo delito de forma absoluta o relativa son Irlanda (con prohibición
total), Polonia y España. Países donde, precisamente, la Iglesia Católica ha
tenido y tiene un papel predominante en la vida social y legal.
¿Qué
persigue el patriarcado?
Se podría contestar a la anterior pregunta con
solo una palabra. Poder. Pero seamos un poco más concretos.
Según la periodista y escritora Nuria Varela
cuando habla sobre la relación existente entre patriarcado y aborto manifiesta
que “(…)La sociedad patriarcal, haciendo
uso de todos los recursos a su alcance – desde las leyes, hasta las religiones;
desde el control de los recursos económicos, hasta la violencia- nos ha negado
a las mujeres nuestra propia sexualidad y el disfrute y el control de nuestro
propio cuerpo, de sus capacidades y posibilidades.”
El patriarcado se basa en la tradición y en el
constante poder que han tenido los hombres sobre las mujeres. Y su fin, por
tanto, es que nada cambie. Que todo siga como hace años y así poder controlar
los cuerpos de las féminas.
Pero es evidente que cuando se habla del aborto,
cuando se cuestionan esos principios religiosos se están cuestionando las raíces sobre las que se ha sostenido nuestra cultura
y sociedad durante muchos siglos. Y eso no gusta a los que ostentan el poder.
Porque hay algo que a los que intentan mantener
perenne la estructura patriarcal se les escapa o no quieren saber. Algo
innegable a todas luces. Tener un embarazo no es lo mismo que ser madre. Las
mujeres que deciden interrumpir su embarazo, por las razones que sean, lo hacen
después de recapacitar sobre el tema, a veces ese pensamiento les perdura toda
la vida, después de tantear las distintas posibilidades, anhelos, capacidades.
Y tras ese difícil proceso, llegan a la conclusión, también complicada, de que
no pueden continuar con la gestación.
Para mayor complejidad y hacerlo más espinoso, la
mayoría de los motivos por los que las mujeres deciden abortar no son
decisiones estrictamente personales o internas. La mayoría de esas decisiones
son circunstancias sociales, culturales o económicas. Bien por una violación,
por un fallo en los anticonceptivos o falta de información sobre su uso o
porque económicamente es inviable tener un hijo en esos momentos.
Y esto el patriarcado no lo puede admitir. Ellos
sostienen que las circunstancias no pueden influir a la hora de decidir. Pero
las circunstancias no solo influyen sino que a veces deciden por sí mismas.
¿Por qué no iban a tener, esas circunstancias, influencia de decisión en el
tema del aborto y en otros temas sí? Imaginémoslo en un contexto de otro
delito. Acaso no son importantes las circunstancias atenuantes o eximentes. Acaso
es lo mismo saltarse un semáforo por conducir borracho que por llevar un herido
a un hospital. El contexto en el que la mujer decide es parte del proceso para
determinar si aborta o no y sea cual sea su decisión deberá ser respetada.
Por tanto, el derecho a decidir de la mujer se
basa en un principio ético y político: el reconocimiento a la mujer como sujeto
propio, con capacidad jurídica y moral plenas para emitir sus propios juicios y
tomar sus decisiones. Todo esto unido con el derecho de las mujeres a su vida
sexual en el que la maternidad no es más que una opción más debe enlazarse con
otros derechos como el de la intimidad de la mujer, el de su seguridad, en su
sentido amplio (social, económico, etc.) y en sentido más concreto (su propio cuerpo,
física y psíquicamente) y con el derecho a su integridad.
Estos principios alejan a las mujeres de la
concepción que de ellas tienen los que defienden, aun sin saberlo, el
patriarcado. Ideas como que las mujeres son dependientes y necesitan del amparo y la tutela de los
hombres para ser personas y decidir se caen como un castillo de naipes cuando
se las razona con un mínimo de lógica.
Pero es que a mayor abundamiento, el respeto a la
decisión de una mujer de interrumpir su embarazo es una manifestación más del
ejercicio de ese derecho que tiene sobre su cuerpo. Porque, ese derecho a
abortar se perfecciona con su acción voluntaria. Es decir, como derecho que es,
se ejercita o no, pero nunca se debe imponer. No se obliga a nadie. Y, a sensu
contrario, si no se impone el ejercitarlo tampoco se puede imponer su
prohibición.
Aunque existen progresos sobre el derecho de las
mujeres, todavía no está todo conseguido
y es que, como se ejemplifica en Gallardón, el patriarcado es un rédito que aún
da intereses. Y esos intereses no son más que poder para los hombres.
(Continuará y finalizará en una tercera entrada posterior)
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