Siempre que voy al médico o cuando veo a
alguien con un problema en la garganta y el médico le introduce el palito de
madera (creo que su nombre es depresor) me acuerdo de algo que estudié en la
Facultad de Derecho. Concretamente en la asignatura “Historia del Derecho”. Las
extrañas conexiones que la mente realiza son, cuanto menos, curiosas.
Antiguamente, en algunas comunidades
bárbaras germánicas, llamadas “sippe”,
de las que heredaron parte de su cultura y su derecho consuetudinario las tribus visigodas que
llegaron a España, para saber si alguien era culpable de algún delito que se le
hubiese acusado se le introducía en la boca un palo calentado al fuego. Esta
ordalía (prueba que requiere de la intervención de poderes sobrenaturales) no
era la única, pues existían otras, incluso más crueles, como la “del agua” que
consistía en arrojarte al agua atado de pies y manos. Si flotabas eras culpable
porque tenías un pacto con el diablo, y si te hundías eras inocente. No sé qué
era peor.
Pero sigamos con la del palo abrasador: Si
el sujeto se quemaba es que era culpable sin duda del delito que se le imputaba
y su Dios así lo había querido. Si no se quemaba era inocente, también por la
gracia del Todopoderoso. Por raro que pueda parecernos, no todos los sometidos
a tan radical prueba eran culpables. Desconozco si en aquella época y en esa
tribu en concreto conocían el por qué de dichos resultados.
Se supone que cuando una persona miente a
los demás congéneres de su tribu, pero no a Dios que todo lo sabe, o cuando
está nervioso o tiene un trastorno de pánico porque se sabe culpable de los
hechos por los que ha sido acusado y conoce las pavorosas consecuencias, esa
preocupación le provoca, entre otras, sequedad en la boca. Las situaciones de
estrés y el miedo incitan que las hormonas que controlan la secreción de la
saliva y el sistema nervioso autónomo, que como su nombre indica funciona fuera
del control voluntario y consciente, hacen que se de esta respuesta fisiológica
que suele tener un efecto excitante.
Por
otra parte, cuando el acusado se sabía inocente y estaba convencido que Dios le haría salir airoso del cruel
trance, la persona estaba, o al menos debería estar, más tranquila y tenía la segregación de saliva en índices
normales. Es por ello que de acuerdo con el nivel nerviosismo del sujeto la
saliva existente haría o no de aislante frente al abrasador palo acusador.
Pues esa son las imágenes que me vienen a
la cabeza cada vez que estoy en el médico o veo a alguien que le meten el
compresor en la boca. Me imagino que
está pasando por un juicio (no médico, precisamente) y que el palo está ardiente.
Espero
no haberos transmitido esas sensaciones cada vez que vayáis al médico, pero la semejanza de la acción, como
digo, siempre me hace tener presente aquello que estudié hace ya unos cuantos años.
¿Por qué será que se me quedó aquello en la memoria y no otras cosas, supongo,
más útiles? Misterios de la mente.
Copyright de la imagen http://aat-geriatria.com/fungibles-enfermeria/359-depresor-lingual-de-madera.html
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