El otro día, Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz,
acusó a los que recibían ayudas sociales de malgastar el dinero en Internet. En
realidad lo que quiso decir y luego explicó es que si están recibiendo dinero
de ayudas cómo es que se lo gastan en conectarse a la red. Pero, la lectura entrelíneas
de lo que dijo, obviamente es una interpretación personal, era algo así como
que qué es esto de que esa gente que recibe ayuda sociales puedan opinar tanto.
Las personas que reciben ayudas no deben opinar, aceptan las ayudas y se callan. No pueden
estorbar.
Los políticos y sobre todo ciertas personas
pertenecientes a esa clase que se autodenomina media acomodada, y de ahí vienen
muchos políticos, tienen fobia a otras clases “inferiores”. Consideran que esas
clases trabajadoras desperdician los recursos del estado y les culpan de todos
los desordenes, delitos y crisis existentes. El “hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades” es una clara acusación a esos que no han tenido la agudeza
mental de no gastarse más de lo que no tenían. Los males que padece el Estado
actualmente son achacados a los que no tenían el poder de decisión. Otro
ejemplo es cuando aquel político dijo que las prestaciones sociales se las
gastaban en televisiones de plasma, o cuando Duran y Lérida (sí, Lérida) dijo
que en otros sitios de España, en alusión a
los andaluces y extremeños, recibían el PER para irse al bar de pueblo a
pasar la jornada. ¿Y qué me decís de la hija del político Fabra, también
diputada, diciendo en sede parlamentaria “que se jodan” cuando se hablaba de
los recortes a los parados? Como veis ejemplos existen miles.
Es acritud con esta clase (especialmente con los
ninis[1] en España o los Chavs[2]
en Inglaterra que son descritos como los que van vestidos en chándal de marca,
teléfonos móviles con Internet y joyas de oro) no pretende otra cosa que
debilitarla y endemoniarla para que poco a poco se vayan creyendo todas esas
ideas y cada vez puedan solicitar menos ayudas. Esa desacreditación también
sirve para que la clase media con pensamiento de superioridad, pero cada vez
más empobrecida y, por tanto, más cerca de la clase baja, se crea que va diferenciándose de esos obreros o de esos que
no han trabajado nunca. Si la clase obrera toma conciencia que no son
merecedores de nada, se les podrá ofrecer trabajos en la hostelería, por
ejemplo, por 400 ó 500 euros echando más de 12 horas. Entonces, según su lógica
¿Para qué gastar los recursos del Estado en prestaciones sociales o en hospitales si no se las merecen?
¿Para qué vamos a ayudar a esas personas si la
situación en la que están se las han buscado ellos solos? De hecho, nuestros
políticos y empresarios afirman públicamente que mucha gente no trabaja porque
no quiere. Que si hay que irse a China, Inglaterra o Alemania a trabajar que se
va y punto. Nada más lejos de la realidad. No todo el mundo puede costearse los
viajes para acudir a aquellos países que ofertan trabajos. En España
difícilmente se habla inglés, por lo que alemán y chino ni lo mencionamos. Y
esto ¿se debe a la culpa de los padres que no pudieron pagarles a sus hijos
clases en colegios privados donde enseñaban esos exóticos idiomas o a un
deficitario sistema de educación diseñado por profesionales de la política?
Solo los hijos de personas pudientes terminan las carreras con los
conocimientos de chino, alemán y hablando perfectamente inglés porque fueron a
colegios elitistas o disfrutaron de foráneas vacaciones. Y aquellos que pueden
reunir algún dinero para costearse el vuelo, llegan a esos países y tras hacer
lo que pueden para sobrevivir y gastarse
los pocos ahorros se tienen que volver con una mano delante y otra detrás.
¿Por qué hemos llegado a este punto, donde una
clase por su origen mira por encima del hombro a otra hasta el punto de hacer
chistes, denigrarla o burlarse de ella? Ese racismo de clases tiene su origen
en la deslocalización de las industrias. Las grandes empresas, nada
comprometidas socialmente con el entorno donde estaban ubicadas, se han
marchado a países como la India, China u otros países asiáticos donde es más
barato fabricar, dejando desempleada y desamparada a millones de personas en
Europa. La espiral del todo vale por ganar más, en su versión más cruel, hunde
a la larga a un país. La venta de empresas del Estado por parte de Felipe
González, Aznar y los siguientes presidentes, también han contribuido a esto.
En Inglaterra se cerraron las minas y se cortaron muchas ayudas sociales por Margaret
Thatcher y ahora algunos políticos de aquél país dicen que se deberían
esterilizar a los que tengan más de un hijo y que reciban ayudas sociales.
Pensamientos como estos, justificados por el dato
económico que todo lo puede es lo que nos lleva al racismo, xenofobia y otros
males mayores. ¿Por qué en vez de esterilizarlos no les quitamos simplemente
las ayudas o por qué no le pintamos una estrella de David amarilla por ser creyentes
de otra religión? Por eso cada vez hay más gente que no quiere ir a votar a las
elecciones, cada vez somos más los que no creemos en los políticos y en los
sindicatos y cada vez somos más los que nos quedamos en casa. Pero,
desgraciadamente, el permanecer en el sofá el día de las elecciones o el de una
movilización les da la razón. Nos prefieren mudos y quietecitos en casa.
Todo esto
es producto de los malos políticos y de los empresarios desmedidos y de su
conciencia del todo vale. Y en cierto punto, es verdad, o al menos nos creemos
que es así. Las inmorales políticas que promueven las grandes empresas se nos
venden como necesarias y justificadas por la situación económica actual (véase por
todas la nueva ley de energía donde se sanciona con millones de euros a los que
pretenden ser autosuficientes, como si los políticos fueran dueños del Sol). Lo
peor es que estos grupos mercantiles al dominar y financiar a los medios de
comunicación, a los mismísimos políticos y a expertos o científicos, consiguen
que esas peregrinas ideas tengan calado en la opinión pública y muchos las
aceptan como válidas.
Desgraciadamente todas estas fechorías de los
políticos, al final, les salen gratis.
¿Por qué? Porque no tienen miedo a los
ciudadanos. Los políticos solo tienen miedo a los que se organizan y se reúnen
en torno a unos intereses. Por eso se quiere atajar rápidamente a Sánchez
Gordillo, no vaya a extenderse la idea y la situación se descontrole. Por eso
no se quiere hablar de que existan “clases sociales” que es mejor que cada uno
avance por su cuenta, con su propio esfuerzo. El individualismo como religión política
debe imponerse. No vayan a unirse y nos acechen.
Se quiere acabar con la clase trabajadora para que
humillados aceptemos cualquier limosna que nos quieran dar por trabajar
jornadas inhumanas. Volvemos al Londres Dickensiano siglo XIX o al campo
retratado por Delibes en los Santos Inocentes con el señorito y sus desprecios.
Los dirigentes (empresarios primero y políticos
después) quieren siempre más del pastel. No sacian su hambre. Solo nos regalan
las migajas y quieren ir poco a poco dejando a esa clase sin horizonte por el
que pelear y sin posibilidad de mejorar. Para que todo se reduzca en mandar ellos, obedecer
los otros y enriquecerse los mismos. Así la izquierda política, si no tiene qué
defender y si encima se une, como en Andalucía, al festín del despilfarro (por
no decir otra palabra) del dinero público, dejaría de tener fuerza en las urnas
y los de siempre, los que han mandado desde tiempos feudales, tendrían más
tiempo el poder oficial. A la larga la izquierda política dejaría de existir
por no tener razón para ello, ni a quién defender.
Todo este escarnio no pretende otra cosa que denigrar
a los trabajadores y hacerles creer que se merecen y deben aceptar su pobreza y
así, que poco a poco vayan renunciando a las ayudas sociales y a sus derechos
por vergüenza de verse estigmatizados por esa desdicha de haber nacido con esa
tara social, ser pobres.
[1] Jóvenes que ni estudian ni trabajan.
[2] En el libro “Chavs: La
demonización de la clase obrera” (Editorial Entrelíneas, autor Owen Jones) se
describen a los equivalentes a los ni-nis en Inglaterra.
copyright de la imagen: http://mx.ibtimes.com/articles/27668/20120911/ninis-estudio-ocde-mexico-porcentajes.htm
Y ¿qué hacemos con los pobres de espíritu? Pena que no haya estigma para tanto político deshumanizado.
ResponderEliminarEl estigma a los políticos deberíamos ponerlo nosotros
ResponderEliminarEsto solo se cambia a la fuerza, ya que los demás poderes ciudadanos están comprados. Comprados con el futbol de la tv, con los programas del corazon, con el per en andalucia y con otras "ayudas" en las demás comunidades, con el afortunado fiasco de Madrid 2020, con los 420 "eurazos" a los desempleados.
ResponderEliminarLo que quiero decir es que la gente (en su mayoria ignorante), adhiere el mensaje de los mandatarios y los hace suyo.
Mensajes del tipo de que los recortes son necesarios o que el gobierno anterior lo provocó. Al final lo que se ve es a una mayoría institucionalizada en su idiosincrasia.
Es por ello que me reafirmo en la revolucion social e ideologica.
Saludos (lo siento, no quise ser alarmista)