martes, 24 de septiembre de 2013

La Diada, conmemoración de una derrota española (y I)



Hace poco se celebró en Cataluña la Diada. El 11 de septiembre. Y como siempre en esas fechas, y este año 2013, más que nunca, se instaba desde las más altas instancias del poder regional a la independencia de Cataluña. Artur Mas, presidente de la Generalidad, celebrando ese día como el día de la patria catalana decía que pronto se convocará un referéndum para preguntar a los ciudadanos si querían ser independientes. Porque yo lo valgo.

Estando así las cosas, y haciendo más ruidos los nacionalistas que otras veces, deberíamos abordar el tema para ver si es verdad aquello que proclaman y si está justificado todo lo que reclaman.

Para ello necesitaríamos hacer un poco de historia.

A finales del siglo XVII reinaba en toda España (en todas las Españas deberíamos decir ya que también englobaba las de ultramar y muchos territorios de Europa) Carlos II de la Casa de los Habsburgo. Debido a sus constantes enfermedades y a su infertilidad, el Hechizado, pues así era socarronamente llamado por sus súbditos, siempre tan dispuestos a la chismorrería y los chistes, no dejó descendencia a la que poder legar su acaudalado trono. Y eso, si para un rey era cosa importante, no lo era menos para la nación que regía y para sus futuros súbditos.

Los años anteriores a su muerte, expiró en noviembre de 1700, la cuestión sucesoria del Imperio se convirtió en asunto internacional. España con todas sus colonias era un botín que no podían dejar escapar las otras naciones europeas. A todos los monarcas reinantes los ojos les hicieron chiribitas y empezaron a salivar profusamente ante la posibilidad de quedarse con un trozo del pastel. Eran perros de caza y la presa era una huérfana España.

Al principio, existían dos posibles familias con derecho a reclamar la corona española, la casa de los Borbones y la de los Habsburgo, ya  que el Rey de Francia Luis XIV (Borbón) y el emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico (Habsburgo) estaban casados con infantas españolas, hijas de Felipe IV. Los candidatos eran a la izquierda y vistiendo camisola azul y representando a Francia, Felipe de Anjou, y a la derecha del ring con camisola blanca y representando a Alemania, el Archiduque Carlos. Que comience el combate.

Dado que el pobre Hechizado no conseguía tener hijos ni aunque copulara con monjes rezando a su vera, ni mejoraba su salud con los exorcismos, decidió unos años antes de morir nombrar heredero a José Fernando de Baviera. Así se calmaran las ansias europeas, pensó. Esta era una tercera opción que nada tenía que ver con las anteriores y que era apoyada por las otras dos potencias europeas del momento, Inglaterra y Países Bajos.

Ingleses y holandeses veían con malos ojos las dos opciones primeras. Sus intereses peligrarían si el heredero era de la rama Borbónica ya que haría de España y Francia un eje católico y una potencia hegemónica de tal tamaño que los barrería de la escena internacional. Igual sucedería si se decantaba por algunos de los hijos de Leopoldo I ya que resurgiría un imperio semejante al de Carlos I de España y V de Alemania. Francia, obviamente, tampoco disfrutaba mucho con esta opción ya que de repetirse el eje España - Austria, volvería a verse aislada como entonces.

Siendo el chaval José Fernando de Baviera el mejor candidato para los cortesanos españoles y el que menos amenazas representaba para el resto de potencias europeas, su elección como heredero tranquilizó las europeas aguas regias.


(sigue en una próxima entrada)




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