Hace poco se celebró en Cataluña la Diada. El 11
de septiembre. Y como siempre en esas fechas, y este año 2013, más que nunca,
se instaba desde las más altas instancias del poder regional a la independencia
de Cataluña. Artur Mas, presidente de la Generalidad, celebrando ese día como
el día de la patria catalana decía que pronto se convocará un referéndum para
preguntar a los ciudadanos si querían ser independientes. Porque yo lo valgo.
Estando así las cosas, y haciendo más ruidos los
nacionalistas que otras veces, deberíamos abordar el tema para ver si es verdad
aquello que proclaman y si está justificado todo lo que reclaman.
Para ello necesitaríamos hacer un poco de
historia.
A finales del siglo XVII reinaba en toda España
(en todas las Españas deberíamos decir ya que también englobaba las de ultramar
y muchos territorios de Europa) Carlos II de la Casa de los Habsburgo. Debido a
sus constantes enfermedades y a su infertilidad, el Hechizado, pues así era socarronamente
llamado por sus súbditos, siempre tan dispuestos a la chismorrería y los
chistes, no dejó descendencia a la que poder legar su acaudalado trono. Y eso,
si para un rey era cosa importante, no lo era menos para la nación que regía y
para sus futuros súbditos.
Los años anteriores a su muerte, expiró en
noviembre de 1700, la cuestión sucesoria del Imperio se convirtió en asunto
internacional. España con todas sus colonias era un botín que no podían dejar
escapar las otras naciones europeas. A todos los monarcas reinantes los ojos les
hicieron chiribitas y empezaron a salivar profusamente ante la posibilidad de
quedarse con un trozo del pastel. Eran perros de caza y la presa era una
huérfana España.
Al principio, existían dos posibles familias con
derecho a reclamar la corona española, la casa de los Borbones y la de los
Habsburgo, ya que el Rey de Francia Luis
XIV (Borbón) y el emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico (Habsburgo)
estaban casados con infantas españolas, hijas de Felipe IV. Los candidatos eran
a la izquierda y vistiendo camisola azul y representando a Francia, Felipe de
Anjou, y a la derecha del ring con camisola blanca y representando a Alemania,
el Archiduque Carlos. Que comience el combate.
Dado que el pobre Hechizado no conseguía tener
hijos ni aunque copulara con monjes rezando a su vera, ni mejoraba su salud con
los exorcismos, decidió unos años antes de morir nombrar heredero a José
Fernando de Baviera. Así se calmaran las ansias europeas, pensó. Esta era una
tercera opción que nada tenía que ver con las anteriores y que era apoyada por
las otras dos potencias europeas del momento, Inglaterra y Países Bajos.
Ingleses y holandeses veían con malos ojos las dos
opciones primeras. Sus intereses peligrarían si el heredero era de la rama
Borbónica ya que haría de España y Francia un eje católico y una potencia
hegemónica de tal tamaño que los barrería de la escena internacional. Igual
sucedería si se decantaba por algunos de los hijos de Leopoldo I ya que
resurgiría un imperio semejante al de Carlos I de España y V de Alemania.
Francia, obviamente, tampoco disfrutaba mucho con esta opción ya que de
repetirse el eje España - Austria, volvería a verse aislada como entonces.
Siendo el chaval José Fernando de Baviera el mejor
candidato para los cortesanos españoles y el que menos amenazas representaba
para el resto de potencias europeas, su elección como heredero tranquilizó las europeas
aguas regias.
(sigue en una próxima entrada)
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