Ayer el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de
Estrasburgo emitió un fallo en el que básicamente dictaminó que la doctrina Parot
no se debía aplicar en un caso en concreto. Y claro esto trae como
consecuencia que todos los casos en que se den las mismas circunstancias deben
dejarse sin aplicar la referida doctrina.
Escuchando la radio y viendo los distintos programas
de televisión veía como todo el mundo estaba indignado porque unos terroristas
iban a salir de la cárcel en breve. Que esos asesinos en serie iban a tener una
pena muy pequeña por cada asesinato. Los hay que menos de un año por cada
víctima. Y, en verdad, es indignante. Moralmente, se deberían de pudrir en la
cárcel. Pero jurídicamente no está tan claro.
Ayer todo el mundo vociferaba contra el Tribunal Europeo
alegando que no conocían la realidad española. Se escuchaban cosas como que era
una derrota de las víctimas y del Estado de Derecho, que los jueces no eran
auténticos juristas, que estaban condicionados por motivos políticos y que el
juez español, que fue Secretario de Estado con Zapatero, no había hecho sino
que continuar con la hoja de ruta que pactó Zp con los etarras.
Quisiera ahora dejarles mi apreciación.
Considero, al contrario de lo que muchos piensan, que
ha sido una auténtica victoria del Estado de Derecho. Y la vergüenza es que haya tenido que ser un
Tribunal Europeo y no los jueces españoles los que nos saquen los colores. El
Estado de Derecho se sostiene aplicando la ley y eso es precisamente lo que ha
hecho el Tribunal de Estrasburgo. Un ejercicio de contabilidad penitenciaria en
la que sale fortalecido el Estado de derecho ya que a pesar de que nos duela
sacar a la calle asesinos y otros delincuentes, el Estado se tiene que limitar
a cumplir la ley. El imperio de la Ley es fundamental para que funcionen todos
los engranajes de una democracia real y civilizada. Aunque sea doloroso,
tenemos que cumplir la ley y si esta dice que cuando algún preso está ya cumpliendo
su condena, en mitad de la misma, y eso es lo que ha pasado, no se le puede
cambiar e interpretar de una forma distinta los beneficios penitenciarios. Es decir,
si cuando se le impone la pena a un condenado de pasar mil años en la cárcel y,
en esos momentos, la ley vigente para contabilizar los beneficios
penitenciarios dice que se le pueden disminuir esos años por algunas razones
concretas, esta interpretación es la que debe continuar hasta el final de su
condena. Si se comprobó que esta forma era muy beneficiosa para los grandes criminales
y por ello se cambió, pues se le deberá aplicar a los nuevos condenados, no a
los que ya estaban cumpliendo la pena. Es esto lo que ha pasado, no otra cosa. Hay
muchos presos a los que se les seguirá aplicando la doctrina Parot. Esta
doctrina se le seguirá aplicando a todos los delitos cometidos con
posterioridad a su entrada en vigor. Como debe ser en puridad en un Estado de
Derecho.
Igual que no se puede condenar a nadie por algo
que en su momento no era ilegal, ya que en el momento de los hechos no existía
una legislación que dijera que su acción era punible, en estos casos no se
puede cambiar la forma de contar los años de condena. De este modo, se ha reforzado
el Estado de Derecho ya que escenifica que la Ley está por encima de
interpretaciones torticeras. El Tribunal
de Estrasburgo ha declarado que esa aplicación retroactiva de la doctrina a
delincuentes que habían comenzado ya a cumplir sus penas es contraria al
derecho.
Ya sé que los jueces están para interpretar la
Ley. También se que todos, repito todos, queríamos que esos canallas se murieran en la
cárcel. De igual forma, comprendo que
algunos no vean lo de ayer como una victoria del Estado de Derecho, porque en
definitiva hay unos asesinos condenados que pronto saldrán a la calle. Pero no
se engañen, el hecho de cambiar sobre la marcha una forma de interpretar una
ley porque nos convenía no solo es una chapucería, sino que en otro momento se
podría hacer igual, con otra ley, por motivos menos dignos. Y ahí podríamos vernos perjudicados todos.
Pero, ahondando más sobre el asunto, habría que ver como
se llegó a esto. Veamos. Los políticos de la transición conocían bien el Código Penal y
las leyes penitenciarias. Conocían cómo las medidas de redención de penas
hacían que muchos terroristas salieran de la cárcel apenas cumplidos unos años
de condena. ¿Pero qué hicieron esos políticos? Absolutamente nada. Cuando llegó
el momento y los terroristas cumplieron esos pocos años de cárcel y salieron a la
calle, a todos se nos desencajaba la boca de asombro e indignación.
Y si el no hacer nada fue un fallo de nuestros
políticos, vino luego otra pifia peor. El condicionar a los jueces para que interpretaran
lo que la sociedad legítimamente exigía y que los políticos no hicieron o no quisieron hacer. Y los
jueces se dejaron manipular. Aquellos jueces también son tan culpables de todo
este desaguisado como los políticos que los motivaron. Los jueces del Tribunal
Supremo le dieron una vuelta a la tuerca de la interpretación de la Ley, retorciéndola
para que se ajustara a lo que los políticos querían. Y así surgió la doctrina
Parot. Pero los juristas, que deberían ser los últimos defensores de los derechos de los ciudadanos,
decidieron forzar un poco más la máquina. ¡Qué leches, somos el Tribunal
Supremo! ¿Quién nos va a cuestionar? Decidieron que esta nueva doctrina se
aplicaría retroactivamente. Es decir, optaron no solo por no aplicar la ley, sino por condicionarla a sus deseos. Peor, a los deseos de otros que tenían intereses electorales.
El cambiar las reglas del juego a mitad del mismo
no es propio de jueces profesionales sino de estos, nuestros jueces, que tienen
a los políticos como jefes. Gracias a Dios que existen jueces, aunque vivan
en Estrasburgo, que aplican la Ley con todas sus consecuencias.
Totalmente de acuerdo. Hoy es comprensible que las víctimas manifiesten su indignación. Faltaría más, suficiente dolor han sufrido con sus pérdidas, pero es lamentable ver algunos políticos buscando el rédito electoral aprovechando el dolor de quienes han perdido a sus seres queridos.
ResponderEliminarAl final de la cuerda de todos los problemas siempre encontramos a los mismos. Nuestros queridos políticos y su cortedad de miras. ¡Qué penita!
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